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sábado, 25 de abril de 2009

"En nuestra casa ha nacido un niño"

“En nuestra casa ha nacido un niño. La semana pasada aún no estaba aquí, y ahora se oye su voz hendir el aire, se oyen pasos apresurados en el piso superior, y largas fajas blancas flamean al soplo de la brisa en las ventanas del patio. Se ha asomado el rostro radiante de la señora Ana y le ha dicho a Jorge:
- ¿Quieres venir a ver a nuestro nene?
Jorge ha subido, conteniendo la respiración, caminando en puntas de pie.
Ha visto al niño recién nacido.
- ¿Cómo ha nacido?
- Mi esposo ha ido al pinar de la Negra y lo ha encontrado, chiquito, chiquito, a los pies de un pino.
Jorge me dice que el niño nuevo es una cosa minúscula, tiene una cabecita gruesa como una piña; y después le asalta de repente el deseo de saber de sí mismo y me pregunta:
- Y yo, ¿cómo he nacido?

Refleja en los ojos límpidos, como las gotas de rocío sobre las hojas de la encina, toda la anhelante espera de su corazón sediento de verdad, y repite:
- Y yo, ¿cómo he nacido?

Quisiera encontrar el cuento más bello para su sed, que es clara y palpitante como sus ojos serenos en donde se asoma el alma. Y busco las fábulas de la montaña, luminosa de glaciares inmensos como los castillos del sueño, busco las leyendas de las flores que abren su corola al cielo en los pastos de los Alpes perfumados, y los cuentos del mar donde las algas fluctúan mudas en el agua verde, entre los deslumbramientos argénteos de vibrantes y silenciosas criaturas; busco las cosas más grandes y maravillosas; los mediodías llenos de sol, henchidos de vida y de color, las noches con el cielo profundo de estrellas; una belleza infinita y misteriosa quisiera que hubiese creado a mi hijo.
Y los ojos de mi niño, fijos en los míos, esperan ansiosos y confiados en la verdad de mis palabras.
Entonces, despacito, despacito, le cuento la fábula más hermosa, la fábula más verdadera.
- ¡Te he hecho yo... yo, poco a poco, dentro de mi corazón!
El niño levanta el rostro, que dibuja un estupor nuevo; los ojos se le agrandan y pestañean; la boca, carnosa y coralina se entrecierra.
- ¡Oh! - murmura, y una sonrisa tímida e incierta le corre por la cara. Dice todavía:
- ¿Sí?
- Sí, amor; como las plantas que tienen encerrada entre las ramas oscuras la vida de una flor y un día la yema despunta de la corteza y se abre la corola en una cosa que es infinitamente clara y bella.
- ¿Así?
- Así, y por esto tú eres mi hijo y ningún otro puede serlo y yo te quiero a ti más que a cualquier otro niño, porque tú solo estás hecho de mí. Y en mi corazón, en donde te he tenido por tanto tiempo, está tu huella, ha quedado la imagen de tu rostro y la forma de tus manos, y cuando yo te acaricio es como si tú volvieras a estar todo en mi corazón y tomar nuevamente tu lugar en mí y a llenarlo de alegría. ¿Cómo, otro que no tiene tu cara, podría entrar en mi corazón, que ha quedado sellado con tu imagen?
La sonrisa se hace segura en la cara del pequeño. Todo esto es ciertamente verdadero porque, está tan claro, que él lo puede entender.
- ¿Y en tu corazón he estado mucho tiempo? – pregunta todavía.
- Mucho tiempo, así, casi un año. Era hermoso llevarte en el corazón y sentirte crecer poco a poco, y setirte mover y vivir; y mi corazón te quería inmensamente y mis manos, que no podían acariciarte todavía, cosían las batitas y las gorritas, y las acariciaba pensando en ti.
- ¿Por qué es así?
- Es así porque lo ha querido Dios. Tú sabes que todas las cosas son como Dios las ha querido.
El niño calla. Después se pone a jugar. Tal vez ha olvidado la hermosa historia.
Pero, por la noche, cuando lo acuesto, sonríe de improviso ante un pensamiento suyo y dice:
- Entonces, mamá, cuando yo estaba en tu corazón, tu corazón era mi casa, y toda tú eras mi jardín.
Y yo sentí que mi ser exultaba en una alegría pura y florecía como un jardín a la caricia de estas palabras. Despúes he rezado en la oscuridad, mientras el nene dormía su sueño tranquilo, he rezado fervorosamente entre el calor de lágrimas buenas.
- ¡Señor! Haz que yo sea su jardín. Que sepa hacer florecer en mi espíritu el pensamiento de la belleza que da alegría, que sepa encontrar para este jardín el más puro cielo y el aire más límpido, que sepa detener la luz que ilumina lo verdadero. Que pueda siempre, este hijo mío, volver a mí y encontrar su jardín donde pueda descansar y reconfortar el corazón, y todo sea verdadero, hermoso, sencillo y puro como las cosas queridas por Ti, ¡oh Dios mío!”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó el cuento, siempre pienso cómo será el momento en que le explique a mi bebé la verdad sobre su origen. Yo también siento que nació de mí, de mi espera, de mi deseo, de mi amor y que no podría ser otro más que él. Es lo más hermoso que Dios no ha regalado.